[De la Encíclica Ad diem, de 2 de febrero de 1904]
Por esta comunión de dolores y de voluntad entre María y Cristo, “mereció” ella “ser dignísimamente hecha reparadora del orbe perdido”, y por tanto dispensadora de todos los dones que nos ganó Jesús con su muerte y su sangre... Puesto que aventaja a todos en santidad y en unión con Cristo y fue asociada por Cristo a la obra de la salvación humana, de congruo, como dicen, nos merece lo que Cristo mereció de condigno y es la ministra principal de la concesión de las gracias.
SAN Pío X, 1903-1914