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Bienvenido a QUMRÁN."La Iglesia - Ék-klessia-Esta integrada por los llamados aparte del Mundo por Dios y esta ha sido dividida en 1054 -Iglesia Católica e Iglesia Ortodoxa-. En 1516 por Martín Lutero - Iglesia Protestante- y en los siguientes años ha tendido ha desaparecer en lo referente a Historia, Liturgia y tradición por los embates de los llamados N M R -Nuevos Movimientos Religiosos-, portadores e influyentes sutíles de la llamada Nueva Era".Roberto Fonseca M.. Somos una fuente de información con formato y estilo diferente

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Bienvenido a Nomo QUMRÁN :"La Historia es una sola que se entré tejé con la económia,cultura,creencias, política y Dios la sostiene en el hueco de su mano y tú eres uno de sus dedos"

MISA FLEMENGA


El Concilio de Calcedonia y Eutiques

El Cuarto Concilio Ecuménico, tuvo lugar en el 451, desde Octubre 8 hasta el 1 de Noviembre, en Calcedonia, una ciudad de Bitinia en Asia Menor.


Su principal propósito fue defender la doctrina Católica ortodoxa en contra de la herejía de Eutiques y los Monofisistas, aunque la disciplina eclesiástica y la jurisdicción también ocuparon la atención del Concilio. Por un pequeño margen se había condenado en el Concilio de Éfeso, en el 431, por un margen pequeño la herejía de Nestorio acerca de las dos personas en Cristo, cuando el error opuesto a esta herejía apareció. Puesto que Nestorio totalmente dividió lo divino y lo humano en Cristo, de tal forma que pensó en la existencia de dos seres en Cristo, llegó a ser de la incumbencia de sus opositores enfatizar la unidad de Cristo y mostrar al hombre - Dios, no como dos seres sino como uno. Algunos de sus oponentes, en sus esfuerzos para mantener la unidad física de Cristo, sostuvieron que las dos naturalezas existentes en Él, la divina y la humana, estaban tan íntimamente unidas que llegaban a ser físicamente una, puesto que la naturaleza humana era completamente absorbida por la divina.


Así resultaba un Cristo, no solo con una sola personalidad sino también con una sola naturaleza. Después de la Encarnación, dijeron ellos, ninguna distinción podía hacerse en Cristo entre lo divino y lo humano. Los principales representantes de esta enseñanza fueron Dioscoros, patriarca de Alejandría, y Eutiques, un archimandrita o presidente de un monasterio fuera de Constantinopla.


El error Monofisista, tal como fue llamado (del griego mono physis, una sola naturaleza), reclamó la autoridad de San Cirilo, a causa de las imprecisiones en algunas expresiones del gran profesor de Alejandría. El error de Eutiques primero fue advertido por Domnus, patriarca de Antioquía; Eusebio, Obispo de Doryleum (Frigia), prefirió hacer una acusación formal en contra del primero, en un sínodo en Constantinopla en Noviembre de ese año. Esta junta declaró como materia de fe que después de la Encarnación, Cristo tenía dos naturalezas en una hipóstasis o persona, luego que Él era uno solo, un solo Hijo, un solo Señor. Eutiques, quien se presentó antes de este sínodo, protestó afirmando lo contrario, que antes de la Encarnación, existían dos naturalezas, pero que después de La Unión solo hubo una naturaleza en Cristo, y que la humanidad de Él no era de la misma esencia que la nuestra. Esas afirmaciones fueron encontradas contrarias a la ortodoxia cristiana.


Eutiques fue depuesto de sus cargos, excomulgado y privado de su posición en el monasterio. Él protestó y apeló por una restitución al Papa León I (440 - 461), a otros distinguidos Obispos, y a Teodosio II. El Obispo Flaviano de Constantinopla, informó al Papa León y a otros Obispos de lo que había ocurrido en su ciudad. Eutiques ganó la simpatía del emperador, a través de los representantes de los monjes y los de Dióscoros, patriarca de Antioquía; el emperador fue inducido a convocar un nuevo Concilio en Éfeso.

El Cuarto Concilio de Constantinopla

Cuarto Concilio de Constantinopla. Años 869-970 VIII concilio ecuménico. Papa Adriano II. Contra el Cisma del emperador Focio

Papa Adriano II. Contra el Cisma del emperador Focio. Con el apoyo del emperador Basilio el Macedonio. Condenación de Focio. Confirmación del culto de las imágenes. Afirmación del Primado del Romano Pontífice. Los ocho primeros concilios se desarrollaron en el Oriente por ser ahí donde se originaron las controversias. En el siglo once el Oriente se separa de Roma y los concilios - trece más hasta el presente - se celebraron en el Occidente de Europa.Magisterio del C.E IV de Constantinopla.



En la primera sesión se leyó y aprobó la regla de fe de Hormisdas



Cánones contra Focio[Texto de Anastasio :] Can. 1. Queriendo caminar sin tropiezo por el recto y real camino de la justicia divina, debemos mantener, como lamparas siempre lucientes y que iluminan nuestros pasos según Dios, las definiciones y sentencias de los Santos Padres. Por eso, teniendo y considerando también esas sentencias como segundos oráculos, según el grande y sapientísimo Dionisio, también de ellas hemos de cantar prontísimamente con el divino David: El mandamiento del Señor, luminoso, que ilumina los ojos [Ps. 19, 9]; y: Antorcha para mis pies tu ley, y lumbre para mis sendas [Ps. 118, 105]; y con el Proverbiador decimos: Tu mandato luminoso y tu ley luz [Prov. 6, 23]; y a grandes voces con Isaías clamamos al Señor Dios: Luz son tus mandamientos sobre la tierra [Is. 26, 9; LXX].



Porque a la luz han sido comparadas con verdad las exhortaciones y discusiones de los divinos cánones en cuanto que por ellos se discierne lo mejor de lo peor y lo conveniente y provechoso de aquello que se ve no sólo que no conviene, sino que además daña. Así, pues, profesamos guardar y observar las reglas que han sido trasmitidas a la Santa Iglesia Católica y Apostólica, tanto por los santos famosísimos Apóstoles, como por los Concilios universales y locales de los ortodoxos y también por cualquier Padre y maestro de la Iglesia que habla divinamente inspirado: por ella no sólo regimos nuestra vida y costumbres, sino que decretamos que todo el catálogo del sacerdocio y hasta todos aquellos que llevan nombre cristiano, ha de someterse a las penas y condenaciones o por lo contrario, a sus restituciones y justificaciones que han sido por ellas pronunciadas y definidas. Porque abiertamente nos exhorta el grande Apóstol Pablo a mantener las tradiciones recibidas, ora de palabra, ora por carta [2 Thess. 2, 14], de los santos que antes refulgieron.[Traducción del texto griego:]



Queriendo caminar sin tropiezo por el recto y real camino de la divina justicia, debemos mantener como lámparas siempre lucientes los límites o definiciones de los Santos Padres. Por eso confesamos guardar y observar las leyes que han sido trasmitidas a la Iglesia Católica y Apostólica, tanto por los santos y muy gloriosos Apóstoles, como por los Concilios ortodoxos, universales y locales, o por algún Padre maestro de la Iglesia divinamente inspirado. Porque Pablo, el gran Apóstol, nos avisa guardemos las tradiciones que hemos recibido, ora de palabra, ora por cartas, de los santos que antes brillaron.




Can. 8. [Texto de Anastasio:] Decretamos que la sagrada imagen de nuestro Señor Jesucristo, Liberador y Salvador de todos, sea adorada (proskyneo) con honor igual al del libro de los Sagrados Evangelios. Porque así como por el sentido de las sílabas que en el libro se ponen, todos conseguiremos la salvación; así por la operación de los colores de la imagen, sabios e ignorantes, todos percibirán la utilidad de lo que está delante, pues lo que predica y recomienda el lenguaje con sus sílabas, eso mismo predica y recomienda la obra que consta de colores; y es digno que, según la conveniencia de la razón y la antiquísima tradición, puesto que el honor se refiere a los originales mismos, también derivadamente se honren y adoren (proskyneo) las imágenes mismas, del mismo modo que el sagrado libro de los santos Evangelios, y la figura de la preciosa cruz. Si alguno, pues, no adora la imagen de Cristo Salvador, no vea su forma cuando venga a ser glorificado en la gloria paterna y a glorificar a sus santos [a Thess. 1, 10], sino sea ajeno a su comunión y claridad. Igualmente la imagen de la Inmaculada Madre suya, engendradora de Dios, María. Además, pintamos las imágenes de los santos ángeles, tal como por palabras los representa la divina Escritura; y honramos y adoramos las de los Apóstoles, dignos de toda alabanza, de los profetas, de los mártires y santos varones y de todos los santos. Y los que así no sienten, sean anatema del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.[Versión del texto griego :]



Can. 8. Decretamos que la sagrada imagen de nuestro Señor Jesucristo sea adorada (proskyneo) con honor igual al del libro de los Santos Evangelios. Porque a la manera que por las silabas que en él se ponen, alcanzan todos la salvación; así, por la operación de los colores trabajados en la imagen, sabios e ignorantes, todos gozarán del provecho de lo que está delante; porque lo mismo que el lenguaje en las sílabas, eso anuncia y recomienda la pintura en los colores. Si alguno, pues, no adora la imagen de Cristo Salvador, no vea su forma en su segundo advenimiento. Asimismo honramos y veneramos también la imagen de la Inmaculada Madre suya, y las imágenes de los santos ángeles, tal como en sus oráculos nos los caracteriza la Escritura, además las de todos los Santos. Los que así no sientan, sean anatema.



Can. 11El Antiguo y el Nuevo Testamento enseñan que el hombre tiene una sola alma racional e intelectiva y todos los Padres y maestros de la Iglesia, divinamente inspirados, afirman la misma opinión; sin embargo, dándose a las invenciones de los malos, han venido algunos a punto tal de impiedad que dogmatizan impudentemente que el hombre tiene dos almas, y con ciertos conatos irracionales, por medio de una sabiduría que se ha vuelto necia [1 Cor. 1, 20], pretenden confirmar su propia herejía. Así, pues, este santo y universal Concilio, apresurándose a arrancar esta opinión como una mala cizaña que ahora germina, es más, llevando en la mano el bieldo [Mt. 3, 12 ¡ Lc. 3, 17] de la verdad y queriendo destinar al fuego inextinguible toda la paja y dejar limpia la era de Cristo, a grandes voces anatematiza a los inventores y perpetradores de tal impiedad y a los que sienten cosas por el estilo, y define y promulga que nadie absolutamente tenga o guarde en modo alguno los estatutos de los autores de esta impiedad. Y si alguno osare obrar contra este grande y universal Concilio, sea anatema y ajeno a la fe y cultura de los cristianos.[Versión del texto griego:]



El Antiguo y el Nuevo Testamento enseñan que el hombre tiene una sola alma racional e intelectiva, y todos los Padres inspirados por Dios y maestros de la Iglesia afirman la misma opinión; hay, sin embargo, algunos que opinan que el hombre tiene dos almas y confirman su propia herejía con ciertos argumentos sin razón. Así, pues, este santo y universal Concilio, a grandes voces anatematiza a los inventores de esta impiedad y a los que piensan como ellos; y si alguno en adelante se atreviere a decir lo contrario, sea anatema.



Can. 12. Como quiera que los Cánones de los Apóstoles y de los Concilios prohíben de todo punto las promociones y consagraciones de los obispos hechas por poder y mandato de los príncipes, unánimemente definimos y también nosotros pronunciamos sentencia que, si algún obispo recibiere la consagración de esta dignidad por astucia o tiranía de los príncipes, sea de todos modos depuesto, como quien quiso y consintió poseer la casa de Dios, no por voluntad de Dios y por rito y decreto eclesiástico, sino por voluntad del sentido carnal, de los hombres y por medio de los hombres.



Del Can. 17 latino... Hemos rehusado oír también como sumamente odioso lo que por algunos ignorantes se dice, a saber, que no puede celebrarse un Concilio sin la presencia del príncipe, cuando jamás los sagrados Cánones sancionaron que los principes seculares asistan a los Concilios, sino sólo los obispos. De ahí que no hallamos que asistieran, excepto en los Concilios universales; pues no es lícito que los príncipes seculares sean espectadores de cosas que a veces acontecen a los sacerdotes de Dios...[Versión del texto griego:]



Can. 12. Ha llegado a nuestros oídos que no puede celebrarse un Concilio sin la presencia del príncipe. En ninguna parte, sin embargo, estatuyen los sagrados Cánones que los príncipes seculares se reúnan en los Concilios, sino sólo los obispos. De ahí que, fuera de los Concilios universales, tampoco hallamos que hayan estado presentes.



Porque tampoco es lícito que los príncipes seculares sean espectadores de las cosas que acontecen a los sacerdotes de Dios.Can. 21. Creyendo que la palabra que Cristo dijo a sus santos Apóstoles y discípulos: El que a vosotros recibe, a mi me recibe [Mt. 10, ~0], y el que a vosotros desprecia, a mí me desprecia [Lc. 10, 16], fue también dicha para aquellos que, después de ellos y según ellos, han sido hechos sumos Pontífices y príncipes de los pastores en la Iglesia Católica, definimos que ninguno absolutamente de los poderosos del mundo intente deshonrar o remover de su propia sede a ninguno de los que presiden las sedes patriarcales, sino que los juzgue dignos de toda reverencia y honor; y principalmente al santísimo Papa de la antigua Roma, luego al patriarca de Constantinopla, luego a los de Alejandría, Antioquía y Jerusalén; mas que ningún otro, cualquiera que fuere, compile ni componga tratados contra el santísimo Papa de la antigua Roma, con ocasión de ciertas acusaciones con que se le difama, como recientemente ha hecho Focio y antes Dióscoro.Y quienquiera usare de tanta jactancia y audacia que, siguiendo a Focio y a Dióscoro, dirigiere, por escrito o de palabra, injurias a la Sede de Pedro, príncipe de los Apóstoles, reciba igual y la misma condenación que aquéllos. Y si alguno por gozar de alguna potestad secular o apoyado en su fuerza, intentare expulsar al predicho papa de la Cátedra Apostólica o a cualquiera de los otros patriarcas, sea anatema.



Ahora bien, si se hubiera reunido un Concilio universal y todavía surgiere cualquier duda y controversia acerca de la Santa Iglesia de Roma, es menester que con veneración y debida reverencia se investigue y se reciba solución de la cuestión propuesta, o sacar provecho, o aprovechar; pero no dar temeraria sentencia contra los Sumos Pontífices de la antigua Roma.[Versión del texto griego:]



Can 13. Si alguno usare de tal audacia que, siguiendo a Focio y a Dióscoro, dirigiere por escrito o sin él injurias contra la cátedra de Pedro, príncipe de los Apóstoles, reciba la misma condenación que aquéllos. Pero si reunido un Concilio universal, surgiere todavía alguna duda sobre la Iglesia de Roma, es lícito con cautela y con la debida reverencia averiguar acerca de la cuestión propuesta y recibir la solución y, o sacar provecho o aprovechar; pero no dar temeraria sentencia contra los Sumos Pontífices de la antigua Roma.

El Tercer Concilio de Constantinopla y el monotelismo

Del Papa Honorio (625-638) se ha dicho que incurrió en herejía. Un examen atento del problema indica que Honorio, en realidad, fue negligente al no captar la gravedad del error -"monotelismo"- del Patriarca de Constantinopla Sergio; y, aunque quería sostener la doctrina correcta, la expuso con una terminología ambigua y equívoca.

A lo largo de los siglos cuarto a séptimo, el oriente cristiano estuvo sacudido por la controversia doctrinal de contenido cristológico, referente a las relaciones de la doble naturaleza de Jesucristo con su única persona, la del Hijo de Dios. Estos debates, que enfrentaban a obispos, monjes y teólogos, tenían también una dimensión socio-política, por cuanto en el Imperio Bizantino y, más en general en toda la antigüedad tardía y en la edad media, era cultural y religiosamente impensable una separación entre la Iglesia y el poder civil. De ahí que estas polémicas teológicas fueran vistas como un peligro para la unidad política del Imperio, de modo que los emperadores se sintieron obligados a intervenir en busca de soluciones que facilitaran la concordia entre los obispos.

Con el paso del tiempo, a finales del siglo sexto y principios del séptimo, a estos problemas internos se añadieron dificultades de política exterior, ya que amenazaba gravemente una reducción del territorio bizantino a causa de las invasiones de los persas desde el este, de los eslavos desde el norte y de los árabes mahometanos desde el sur. Es más, los partidarios del monofisismo velan en la llegada de los invasores árabes una especie de castigo de Dios por la existencia de un emperador hereje; por ello, esta peculiar interpretación de los signos de los tiempos estimulaba al emperador y al patriarca constantinopolitano a buscar una fórmula conciliadora que rápida y eficazmente lograra la unificación religiosa del Imperio.


NACIMIENTO DEL MONOTELISMO


En estas circunstancias se levantó el nuevo emperador Heraclio (610-641), el cual comprendió que el peligro de la situación exigía aunar todas las fuerzas no sólo físicas, sino también morales del imperio; es decir, habla que terminar con la división religiosa entre obispos calcedonianos y monofisitas. Por eso, el patriarca de Constantinopla, Sergio, volvió a tomar la idea de Justiniano de unificar todas las tendencias religiosas; esta vez debía hacerse sobre una nueva base. En tiempos de Justiniano, la solución habla sido de tipo negativo: condenar a ilustres figuras más o menos próximas al nestorianismo, para así satisfacer a los monofisitas. Ahora la nueva solución iba a ser más bien positiva: profundizar en la doctrina cristológica para lograr una concepción intermedia, en la que podían convenir tanto los calcedonianos más ortodoxos como los monofisitas más pertinaces.


Esta fórmula de conciliación propone la siguiente doctrina: a consecuencia de la unión personal de las dos naturalezas, humana y divina, de Jesucristo, existe en él una sola energía, una manera de obrar única, una sola voluntad. A esta doctrina se la ha designado con los nombres griegos de monoteletismo (abreviadamente, monotelismo) o monoenergetismo (abreviadamente, monergetismo o monoenergismo). De esta manera creía Sergio que se podría obtener la unión deseada, ya que, por una parte, se daba satisfacción a los católicos, con la admisión de las dos naturalezas, conforme al concilio de Calcedonia; y, por otra parte, satisfacía a los monofisitas, pues esta energía y voluntad única era, al fin y al cabo, el símbolo de una unidad perfecta en Cristo, que es lo que ellos defendían.


El emperador Heraclio aceptó la propuesta del patriarca Sergio. De hecho, ambos comenzaron inmediatamente a poner en juego todos los resortes del Imperio para hacer aceptar la nueva doctrina. Pero este no fue sino el inicio de una nueva controversia, la del monotelismo, que duró casi todo el siglo séptimo.



Ya por los años 619 y 620 emprendió Sergio su campaña de atracción. Encontró gran acogida entre los obispos monofisitas de amplias regiones como fueron Siria, Armenia y Egipto, que se reunificaron oficialmente con Constantinopla, mientras que entre los calcedonenses topó con decidida oposición. De entre éstos destacaron los monjes Sofronio y Máximo, procedentes de Palestina, que se hallaban entonces en Alejandría. Poco tiempo después, muerto el patriarca de Jerusalén, Sofronio fue elegido sucesor suyo en esta sede. Inmediatamente celebró un sínodo en Jerusalén el mismo año 634, en el que se propugnaron los principios contrarios a la doctrina de Sergio y se defendió expresamente la doctrina de las dos operaciones, de las dos energías y de las dos voluntades, humana y divina, en Cristo. Lo mismo repitió Sofronio en una amplia carta sinodal, en la que recalcaba los puntos fundamentales: unidad de persona, dualidad de naturaleza y, por consiguiente, dualidad de operaciones y de voluntades, ya que por las operaciones se distinguen las naturalezas. Sergio rehusó recibir la carta sinodal de Sofronio, aun cuando no emprendió ninguna acción contra él.


INTERVENCIÓN DE HONORIO


Hasta este momento el patriarca de Constantinopla, Sergio, y el de Alejandría, Ciro, habían promulgado la nueva profesión de fe y tratado con los monofisitas sin preocuparse de la opinión de Roma. Únicamente, cuando Sergio se encontró con la oposición de Sofronio de Jerusalén, creyó oportuno exponer los hechos al Papa Honorio (625-638) y obtener su adhesión. En su escrito a Honorio, Sergio expuso una relación completa de sus esfuerzos y los del emperador Heraclio para hacer volver a los herejes monofisitas a la unidad de la fe, insistiendo en su aceptación del concilio de Calcedonia. Sergio exageraba algo estos buenos resultados y omitía decir que la aceptación del concilio de Calcedonia no aparecía explícitamente en las "actas de unión" por las que las iglesias monofisitas se habían reconciliado con la sede constantinopolitana. El Concilio Vaticano I planteó el dogma de la infalibilidad pontificia. La supuesta objeción que plantearía el caso de Honorio se salvó al valorarse el anatema impuesto al Papa como una medida disciplinar, no como un conflicto doctrinal.


En su carta también le contó la intervención de Sofronio y resumió la doctrina de las dos energías (dienergía) en Cristo, defendida por el obispo de Jerusalén; Sergio, en su carta, se manifestó contrario a esta tesis y propuso al Papa Honorio una sutil solución que sirviera para desautorizar la doctrina de Sofronio: según la propuesta de Sergio a Honorio, habría que proscribir los términos dienergía y monoenergía, causantes de la oposición de Sofronio a la doctrina del monoenergismo; Sergio también proponía al Papa afirmar que el mismo Jesús ha operado (energein) lo divino y lo humano, proveniente sin división de un solo y mismo Verbo hecho hombre, "pues es imposible que el mismo sujeto tenga al mismo tiempo, respecto de un mismo objeto, dos voluntades contrarias".


LE FALTABA PREPARACIÓN


El Papa Honorio, a decir verdad, estaba mal preparado para tratar esta difícil cuestión cristológica y se dejó atrapar por las argucias bizantinas del patriarca, al que respondió con una carta de aprobación. En este escrito el Papa alababa los esfuerzos de Sergio y de Ciro por la unión lograda de tantas iglesias y se felicitaba de saber que el concilio de Calcedonia era admitido por los orientales. Aprobaba la decisión de Sergio sobre la proscripción de los términos dienergía (o energía doble) y monoenergía (o energía única) por considerarlos demasiado especializados, propios más bien de eruditos y gramáticos.


Según Honorio, bastaba pues, con que los obispos enseñaran que el mismo Verbo encarnado operaba divinamente las cosas divinas, humanamente las cosas humanas, que en toda su actividad no habla más que un solo agente y, por tanto, una sola voluntad: "unde et unam voluntatem fatemur Domini nostri lesu Christi".

Esta carta fue comunicada al mismo tiempo a Sergio y a Sofronio. Mientras Sergio se mostró envalentonado por el triunfo y aprovechaba la carta del Romano Pontífice como nuevo instrumento para implantar su doctrina, Sofronio se sintió profundamente preocupado. Este, convencido de que el Papa estaba mal informado sobre la doctrina realmente defendida por Sergio y por Ciro, envió a Roma a un presbítero llamado Esteban encargándole que expusiera a Honorio con toda objetividad el verdadero estado de la cuestión. El Papa recibió esta embajada, pero no se dejó convencer por el relato del legado de Sofronio. Persistiendo, pues, en su anterior disposición, insistió en la orden de silencio prohibiendo que se usaran las expresiones de una o dos energías y, para que no hubiera lugar a dudas, redactó una nueva carta, dirigida a Sofronio y a Ciro, de la que sólo se conservan fragmentos; después puso esta carta en conocimiento de Sergio.


Según se desprende de los fragmentos conservados, Honorio manifiesta su convicción de que el debate de los orientales era cuestión de sutiles palabras y, aunque prohibía la discusión sobre el número de energías en Cristo, afirmaba netamente la dualidad de operaciones (es decir, la doctrina católica): la naturaleza divina operando lo que es divino y la naturaleza humana operando lo que es del hombre, sin división ni mezcla.


EDICTO IMPERIAL


Como consecuencia del acuerdo entre el Papa y los patriarcas de Constantinopla y de Alejandría sobre la necesidad de prohibir las discusiones sobre el número de energías y de afirmar la única voluntad en Cristo, se promulgó un edicto imperial (finales del 634 - principios del 635) ratificando esta prohibición. Lejos de apaciguar los ánimos, esta decisión fue tomada a risa por los monofisitas que descalificaron a los calcedonianos por dar continuos bandazos doctrinales, primero afirmando la doble naturaleza y, por tanto, la doble energía de Cristo, después proclamando en él una sola energía, y, por último, decidiendo que en Cristo no hay ni una ni dos energías.


De este modo, el emperador y los patriarcas empezaron a darse cuenta de que la doctrina de la monoenergía, lejos de ofrecer el campo de entendimiento al que aspiraban, era para la Iglesia nueva causa de agitación. Pero se contentaban por el momento con los buenos resultados hasta entonces obtenidos de reunificación religiosa y se esforzaron en no comprometerla con nuevas discusiones, máxime en aquellas fechas en que el Imperio Bizantino necesitaba de todas sus fuerzas para luchar contra la invasión del Islam que amenazaba con desmembrar sus provincias orientales.


CONDENA DEL MONOTELISMO


Efectivamente, la controversia monotelita perduró varias décadas hasta que pudo zanjarse con la celebración del que sería el sexto concilio ecuménico y tercero de Constantinopla (680-681), siendo emperador Constantino Pogonato (668-685). Siguiendo la costumbre de estos concilios ecuménicos, se examinó detenidamente la conducta de los principales personajes que hablan intervenido en toda la contienda y se siguió a cada uno de ellos un verdadero proceso, que a su vez se transformó en examen critico sobre la autenticidad e integridad de los textos aducidos. Luego se presentaron los textos pontificios, particularmente la última epístola del entonces Papa, Agatón (678-681), que declaraba la doctrina de las dos voluntades y dos operaciones en Cristo. El resultado fue que el patriarca Jorge de Constantinopla aceptara la doctrina del Papa Agatón. Lo mismo hizo toda la asamblea.


Además, fue condenada expresamente la doctrina monotelita y, en consecuencia, se lanzó el anatema contra los cabecillas del monotelismo, entre los que se encontraban Sergio de Constantinopla, Ciro de Alejandría y Honorio de Roma. EI Papa Honorio estaba mal preparado para tratar la difícil cuestión cristológica del monotelismo y se dejó atrapar por las argucias bizantinas del patriarca Sergio Terminado el concilio, el emperador insertó sus decisiones en un edicto imperial del año 681. El Papa Agatón falleció antes de aprobar el concilio, por lo que fue su sucesor, León II (681-683), quien aprobó las actas.

Segundo Concilio Constantinopla y los monofisitas

Autor: n/a Fuente: www.mercaba.org


Segundo Concilio de Constantinopla. Año 553

V concilio ecuménico. Reunido por el emperador Justiniano, por ausencia del papa Vigilio. Contra los Tres Capítulos Este concilio, segundo de Constantinopla, se convocó como para solucionar discrepancias y atraer a los descarriados monofisitas de los cuales se formaron muchas fracciones, sobre todo en el Medio Oriente y Norte de Africa. El gran interesado en la unión fue el emperador Justiniano. Después de interminables divisiones y discusiones se reunió el concilio y promulgó sus decretos. Reunido por el emperador Justiniano, por ausencia del papa Vigilio. Contra los Tres Capítulos. Condenó los escritos de Teodoro de Mopsuestia y de Teodoro de Ciro contra San Cirilo y el Concilio de Efeso. Se confirma la condenación de los errores precedentes (trinitarios y cristológicos), ratificando el sentido genérico de las definiciones conciliares. Se condenan también los errores derivados de Orígenes junto con los Tres Capítulos influidos de Nestorianismo.



A Sergio, patriarca de Constantinopla, se le atribuye esta nueva herejía, llamada (Monotelismo), una voluntad. Admitía en Cristo las dos naturalezas pero le reconocía una sola voluntad. Tenía en mente la idea de atraer a los monofisitas, al tiempo que pensaba no errar en cuanto a la verdad católica. Al tomar fuerza esta opinión y entrar en la polémica grandes personajes de la época, obligó a convocar el concilio. En Cristo hay dos voluntades, como hay dos naturalezas, aunque sea una sola la Persona, que es la del Verbo.Magisterio del C.E II de Constantinopla


Sobre la tradición eclesiásticaConfesamos mantener y predicar la fe dada desde el principio por el grande Dios y Salvador nuestro Jesucristo a sus Santos Apóstoles y por éstos predicada en el mundo entero; también los Santos Padres y, sobre todo, aquellos que se reunieron en los cuatro santos concilios la confesaron, explicaron y transmitieron a las santas Iglesias. A estos Padres seguimos y recibimos por todo y en todo... Y todo lo que no concuerda con lo que fue definido como fe recta por los dichos cuatro concilios, lo juzgamos ajeno a la piedad, y lo condenamos y anatematizamos.


Anatematismos sobre los tres capítulos[En parte idénticos con la Homología del Emperador, del año 551]



Can. 1. Si alguno no confiesa una sola naturaleza o sustancia del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y una sola virtud y potestad, Trinidad consustancial, una sola divinidad, adorada en tres hipóstasis o personas; ese tal sea anatema. Porque uno solo es Dios y Padre, de quien todo; y un solo Señor Jesucristo, por quien todo; y un solo Espíritu Santo, en quien todo.



Can. 2. Si alguno no confiesa que hay dos nacimientos de Dios Verbo, uno del Padre, antes de los siglos, sin tiempo e incorporalmente; otro en los últimos días, cuando Él mismo bajó de los cielos, y se encarnó de la santa gloriosa madre de Dios y siempre Virgen María, y nació de ella; ese tal sea anatema.



Can. 3. Si alguno dice que uno es el Verbo de Dios que hizo milagros y otro el Cristo que padeció, o dice que Dios Verbo está con el Cristo que nació de mujer o que está en Él como uno en otro; y no que es uno solo y el mismo Señor nuestro Jesucristo, el Verbo de Dios que se encarnó y se hizo hombre, y que de uno mismo son tanto los milagros como los sufrimientos a que voluntariamente se sometió en la carne, ese tal sea anatema.



Can. 4. Si alguno dice que la unión de Dios Verbo con el hombre se hizo según gracia o según operación, o según igualdad de honor, o según autoridad, o relación, o hábito, o fuerza, o según buena voluntad, como si Dios Verbo se hubiera complacido del hombre, por haberle parecido bien y favorablemente de Él, como Teodoro locamente dice; o según homonimia, conforme a la cual los nestorianos llamando a Dios Verbo Jesús y Cristo, y al hombre separadamente dándole nombre de Cristo y de Hijo, y hablando evidentemente de dos personas, fingen hablar de una sola persona y de un solo Cristo según la sola denominación y honor y dignidad y admiración; mas no confiesa que la unión de Dios Verbo con la carne animada de alma racional e inteligente se hizo según composición o según hipóstasis, como enseñaron los santos Padres; y por esto, una sola persona de Él, que es el Señor Jesucristo, uno de la Santa Trinidad; ese tal sea anatema.



Porque, como quiera que la unión se entiende de muchas maneras, los que siguen la impiedad de Apolinar y de Eutiques, inclinados a la desaparición de los elementos que se juntan, predican una unión de confusión. Los que piensan como Teodoro y Nestorio, gustando de la división, introducen una unión habitual. Pero la Santa Iglesia de Dios, rechazando la impiedad de una y otra herejía, confiesa la unión de Dios Verbo con la carne según composición, es decir, según hipóstasis. Porque la unión según composición en el misterio de Cristo, no sólo guarda inconfusos los elementos que se juntan, sino que tampoco admite la división.



Can. 5. Si alguno toma la única hipóstasis de nuestro Señor Jesucristo en el sentido de que admite la significación de muchas hipóstasis y de este modo intenta introducir en el misterio de Cristo dos hipóstasis o dos personas, y de las dos personas por él introducidas dice una sola según la dignidad y el honor y la adoración, como lo escribieron locamente Teodoro y Nestorio, y calumnia al santo Concilio de Calcedonia, como si en ese impío sentido hubiera usado de la expresión "una sola persona"; pero no confiesa que el Verbo de Dios se unió a la carne según hipóstasis y por eso es una sola la hipóstasis de Él, o sea, una sola persona, y que así también el santo Concilio de Calcedonia había confesado una sola hipóstasis de nuestro Señor Jesucristo; ese tal sea anatema. Porque la santa Trinidad no admitió añadidura de persona o hipóstasis, ni aun con la encarnación de uno de la santa Trinidad, el Dios Verbo.



Can. 6. Si alguno llama a la santa gloriosa siempre Virgen María madre de Dios, en sentido figurado y no en sentido propio, o por relación, como si hubiera nacido un puro hombre y no se hubiera encarnado de ella el Dios Verbo, sino que se refiriera según ellos el nacimiento del hombre a Dios Verbo por habitar con el hombre nacido; y calumnia al santo Concilio de Calcedonia, como si en este impío sentido, inventado por Teodoro, hubiera llamado a la Virgen María madre de Dios; o la llama madre de un hombre o madre de Cristo, como si Cristo no fuera Dios, pero no la confiesa propiamente y según verdad madre de Dios, porque Dios Verbo nacido del Padre antes de los siglos se encarnó de ella en los últimos días, y así la confesó piadosamente madre de Dios el santo Concilio de Calcedonia, ese tal sea anatema.



Can. 7. Si alguno, al decir "en dos naturalezas", no confiesa que un solo Señor nuestro Jesucristo es conocido como en divinidad y humanidad, para indicar con ello la diferencia de las naturalezas, de las que sin confusión se hizo la inefable unión; porque ni el Verbo se transformó en la naturaleza de la carne, ni la carne pasó a la naturaleza del Verbo (pues permanece una y otro lo que es por naturaleza, aun después de hecha la unión según hipóstasis), sino que toma en el sentido de una división en partes tal expresión referente al misterio de Cristo; o bien, confesando el número de naturalezas en un solo y mismo Señor nuestro Jesucristo, Dios Verbo encarnado, no toma en teoría solamente la diferencia de las naturalezas de que se compuso, diferencia no suprimida por la unión (porque uno solo resulta de ambas, y ambas son por uno solo), sino que se vale de este número como si [Cristo] tuviese las naturalezas separadas y con personalidad propia, ese tal sea anatema.



Can. 8. Si alguno, confesando que la unión se hizo de dos naturalezas: divinidad y humanidad, o hablando de una sola naturaleza de Dios Verbo hecha carne, no lo toma en el sentido en que lo ensenaron los Santos Padres, de que de la naturaleza divina y de la humana, después de hecha la unión según la hipóstasis, resultó un solo Cristo; sino que por tales expresiones intenta introducir una sola naturaleza o sustancia de la divinidad y de la carne de Cristo, ese tal sea anatema. Porque al decir que el Verbo unigénito se unió según hipóstasis, no decimos que hubiera mutua confusión alguna entre las naturalezas, sino que entendemos más bien que, permaneciendo cada una lo que es, el Verbo se unió a la carne. Por eso hay un solo Cristo, Dios y hombre, el mismo consustancial al Padre según la divinidad, y el mismo consustancial a nosotros según la humanidad. Porque por modo igual rechaza y anatematiza la Iglesia de Dios, a los que dividen en partes o cortan que a los que confunden el misterio de la divina economía de Cristo



.Can. 9. Si alguno dice que Cristo es adorado en dos naturalezas, de donde se introducen dos adoraciones, una propia de Dios Verbo y otra propia del hombre; o si alguno, para destrucción de la carne o para confusión de la divinidad y de la humanidad, o monstruosamente afirmando una sola naturaleza o sustancia de los que se juntan, así adora a Cristo, pero no adora con una sola adoración al Dios Verbo encarnado con su propia carne, según desde el principio lo recibió la Iglesia de Dios, ese tal sea anatema.



Can. 10. Si alguno no confiesa que nuestro Señor Jesucristo, que fue crucificado en la carne, es Dios verdadero y Señor de la gloria y uno de la santa Trinidad, ese tal sea anatema.



Can. 11. Si alguno no anatematiza a Arrio, Eunomio, Macedonio, Apolinar, Nestorio, Eutiques y Origenes, juntamente con sus impíos escritos, y a todos los demás herejes, condenados por la santa Iglesia Católica y Apostólica y por los cuatro antedichos santos Concilios, y a los que han pensado o piensan como los antedichos herejes y que permanecieron hasta el fin en su impiedad, ese tal sea anatema.



Can. 12. Si alguno defiende al impío Teodoro de Mopsuesta, que dijo que uno es el Dios Verbo y otro Cristo, el cual sufrió las molestias de las pasiones del alma y de los deseos de la carne, que poco a poco se fue apartando de lo malo y así se mejoró por el progreso de sus obras, y por su conducta se hizo irreprochable, que como puro hombre fue bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y por el bautismo recibió la gracia del Espíritu Santo y fue hecho digno de la filiación divina; y que a semejanza de una imagen imperial, es adorado como efigie de Dios Verbo, y que después de la resurrección se convirtió en inmutable en sus pensamientos y absolutamente impecable; y dijo además el mismo impío Teodoro que la unión de Dios Verbo con Cristo fue como la de que habla el Apóstol entre el hombre y la mujer: Serán dos en una sola carne [Eph. 5, 31]; y aparte otras incontables blasfemias, se atrevió a decir que después de la resurrección, cuando el Señor sopló sobre sus discípulos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo [Ioh. 20, 22], no les dio el Espíritu Santo, sino que sopló sobre ellos sólo en apariencia ¡ éste mismo dijo que la confesión de Tomás al tocar l,as manos y el costado del Señor, después de la resurrección: Señor mío y Dios mío [Ioh. 20, 28], no fue dicha por Tomás acerca de Cristo, sino que admirado Tomás de lo extraño de la resurrección glorificó a Dios que había resucitado a Cristo.Y lo que es peor, en el comentario que el mismo Teodoro compuso sobre los Hechos de los Apóstoles, comparando a Cristo con Platón, con Maniqueo, Epicuro y Marción dice que a la manera que cada uno de ellos, por haber hallado su propio dogma, hicieron que sus discípulos se llamaran platónicos, maniqueos, epicúreos y marcionitas; del mismo modo, por haber Cristo hallado su dogma, nos llamamos de Él cristianos; si alguno, pues, defiende al dicho impiísimo Teodoro y sus impíos escritos, en que derrama las innumerables blasfemias predichas, contra el grande Dios y Salvador nuestro Jesucristo, y no le anatematiza juntamente con sus impíos escritos, y a todos los que le aceptan y vindican o dicen que expuso ortodoxamente, y a los que han escrito en su favor y en favor de sus impíos escritos, o a los que piensan como él o han pensado alguna vez y han perseverado hasta el fin en tal herejía, sea anatema.



Can. 13. Si alguno defiende los impíos escritos de Teodoreto contra la verdadera fe y contra el primero y santo Concilio de Éfeso, y San Cirilo y sus doce capítulos (anatematismos, v. 113 ss), y todo lo que escribió en defensa de los impíos Teodoro y Nestorio y de otros que piensan como los antedichos Teodoro y Nestorio y que los reciben a ellos y su impiedad, y en ellos llama impíos a los maestros de la Iglesia que admiten la unión de Dios Verbo según hipóstasis, y no anatematiza dichos escritos y a los que han escrito contra la fe recta o contra San Cirilo y sus doce Capítulos, y han perseverado en esa impiedad, ese tal sea anatema.



Can. 14. Si alguno defiende la carta que se dice haber escrito Ibas al persa Mares, en que se niega que Dios Verbo, encarnado de la madre de Dios y siempre Virgen María, se hiciera hombre, y dice que de ella nació un puro hombre, al que llama Templo, de suerte que uno es el Dios Verbo, otro el hombre, y a San Cirilo que predicó la recta fe de los cristianos se le tacha de hereje, de haber escrito como el impío Apolinar, y se censura al santo Concilio primero de Éfeso, como si hubiera depuesto sin examen a Nestorio, y la misma impía carta llama a los doce capítulos de San Cirilo impíos y contrarios a la recta fe, y vindica a Teodoro y Nestorio y sus impías doctrinas y escritos; si alguno, pues, defiende dicha carta y no la anatematiza juntamente con los que la defienden y dicen que la misma o una parte de la misma es recta, y con los que han escrito y escriben en su favor y en favor de las impiedades en ella contenidas, y se atreven a vindicarla a ella o a las impiedades en ellas contenidas en nombre de los Santos Padres o del santo Concilio de Calcedonia, y en ello han perseverado hasta el fin, ese tal sea anatema.



Así, pues, habiendo de este modo confesado lo que hemos recibido de la Divina Escritura y de la enseñanza de los Santos Padres y de lo definido acerca de la sola y misma fe por los cuatro antedichos santos Concilios; pronunciada también por nosotros condenación contra los herejes y su impiedad, así como contra los que han vindicado o vindican los tres dichos capítulos, y que han permanecido o permanecen en su propio error; si alguno intentare transmitir o enseñar o escribir contra lo que por nosotros ha sido piadosamente dispuesto, si es obispo o constituído en la clerecía, ese tal, por obrar contra los obispos y la constitución de la Iglesia, será despojado del episcopado o de la clerecía; si es monje o laico, será anatematizado.

El Primer Concilio de Constantinopla y los macedonios

Primer Concilio de Constantinopla. Año 381 II concilio ecuménico. Reunido durante el pontificado del Papa San Dámaso y el Emperador Teodosio el Grande. Contra los macedonianos Macedonio, patriarca de Constantinopla, admitía la divinidad del Verbo pero la negaba en el Espíritu Santo; decía que era una criatura de Dios, una especie de superministro de todas las gracias. Reunido durante el pontificado del Papa San Dámaso y el Emperador Teodosio el Grande, reafirmó la divinidad del Espíritu Santo. Contra los macedonianos. El Espíritu Santo es verdadero Dios, como el Hijo y el Padre. (Símbolo Niceno - Constantinopolitano). Nestorio, patriarca de Constantinopla, negó la unión del Verbo Divino con la humanidad en unidad de persona; afirmó que Jesús era un puro hombre en quien habitaba el Hijo del Eterno Padre, y si Jesús no era Dios tampoco María podía ser Madre de Dios. También fue condenada la doctrina de Pelagio y Celestino que negaban la transmisión del pecado de Adán a su descendencia y defendían la bondad, puramente humana para hacer el bien sin el concurso del auxilio divino.Magisterio del C.E I de ConstantinoplaII ecuménico (contra los macedonianos, etc.) Condenación de los herejes



Can. 1. No rechazar la fe de los trescientos dieciocho Padres reunidos en Nicea de Bitinia, sino que permanezca firme y anatematizar toda herejía, y en particular la de los eunomianos o anomeos, la de los arrianos o eudoxianos, y la de los semiarrianos o pneumatómacos, la de los sabelinos, marcelianos,la de losfotinianos y la de los apolinaristas. Símbolo Niceno-Constantinopolitano

Versión sobre el texto griego

Creemos en un solo Dios, Padre omnipotente, creador del cielo y de la tierra, de todas las cosas visibles o invisibles. Y en un solo Señor Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, nacido no hecho, consustancial con el Padre, por quien fueron hechas todas las cosas; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió de los cielos y se encarnó por obra del Espíritu Santo y de María Virgen, y se hizo hombre, y fue crucificado por nosotros bajo Poncio Pilato y padeció y fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras, y subió a los cielos, y está sentado a la diestra del Padre, y otra vez ha de venir con gloria a juzgar a los vivos y a los muertos; y su reino no tendrá fin. Y en el Espíritu Santo, Señor y vivificante, que procede del Padre, que juntamente con el Padre y el Hijo es adorado y glorificado, que habló por los profetas. En una sola Santa Iglesia Católica y Apostólica. Confesamos un solo bautismo para la remisión de los pecados. Esperamos la resurrección de la carne y la vida del siglo futuro. Amén. Según la versión de Dionisio el Exiguo


Creemos [creo] en un solo Dios, Padre omnipotente, hacedor del cielo y de la tierra, de todas las cosas visibles e invisibles. Y en un solo Señor Jesucristo, Hijo de Dios y nacido del Padre [Hijo de Dios unigénito y nacido del Padre] antes de todos los Siglos [Dios de Dios, luz de luz], Dios verdadero de Dios verdadero. Nacido [engendrado], no hecho, consustancial con el Padre, por quien fueron hechas todas las cosas, quien por nosotros los hombres y la salvación nuestra [y por nuestra salvación] descendió de los cielos. Y se encarnó de Maria Virgen por obra del Espíritu Santo y se humanó [y se hizo hombre], y fue crucificado [crucificado también] por nosotros bajo Poncio Pilato, [padeció] y fue sepultado. Y resucitó al tercer día [según las Escrituras. Y] subió al cielo, está sentado a la diestra del Padre, (y) otra vez ha de venir con gloria a juzgar a los vivos y a los muertos: y su reino no tendrá fin. Y en el Espíritu Santo, Señor y vivificante, que procede del Padre [que procede del Padre y del Hijo] , que con el Padre y el Hijo ha de ser adorado y glorificado que con el Padre y el Hijo es juntamente adorado y glorificado), que habló por los santos profetas [por los profetas]. Y en una sola santa Iglesia, Católica y Apostólica. Confesamos [Confieso] un solo bautismo para la remisión de los pecados. Esperamos [Y espero] la resurrección de los muertos y la vida del siglo futuro [venidero]. Amén.

El Concilio de Trento y documentos


CONCILIO DE TRENTO

El Archivo Secreto Vaticano conserva la documentación original del gran Concilio de Trento, que se celebró en distintas fases y lugares entre 1545 y 1563.


Convocado por Pablo III el 22 de mayo de 1545 con la bula Initio nostri huius pontificati, el Concilio comenzaba en Trento el 13 de diciembre de 1545 con la participación de personal casi exclusivamente eclesiástico (4 cardenales, 4 arzobispos, 21 obispos, los generales de las órdenes agustinas, carmelitas, de los Siervos de María, así como de las dos órdenes franciscanas, 42 teólogos y 8 juristas).



El Concilio, según las peticiones luteranas, se celebraba lejos de Roma, pero su composición delataba una formación italiana y «papal». De ahí los innumerables enfrentamientos entre católicos y luteranos, gobernados alternadamente por Carlos V y los pontífices romanos, con la intención de obtener mayor representación en el mismo que los Estados del Imperio y sobre todo mayor que el área alemana. Como es bien sabido, la sede del Concilio se trasladó en marzo de 1547 a Bolonia, por deseo de los legados pontificios (Cervini, Pole, Del Monte), y la Asamblea continuó con sus trabajos en la ciudad del Estado de la Iglesia (con una disidencia encabezada por el cardenal Pedro Pacheco que se había quedado en Trento), celebrando sólo dos sesiones, pero temiendo las reacciones imperiales (ya que Carlos V había estado totalmente en contra del traslado a Bolonia), y abordó únicamente cuestiones teológicas sin publicar sus decretos. En 1548, a través de sus oradores, el emperador protestó formalmente ante el papa por el traslado del Concilio y Pablo III, el 1 de febrero de 1548, reclamó la decisión sobre el concilio, mientras una parte de los obispos «imperiales» permanecía en Trento.


Julio III, que sucedió a Pablo III el 7 de febrero de 1550, con la bula Cum ad tollenda del 14 de noviembre de 1550 disponía que la sede del Concilio volviera a ser Trento y fijaba la reapertura para el 1 de mayo de 1551 (pero los trabajos comenzaron efectivamente sólo en septiembre). Sin embargo, la Asamblea se tuvo que disolver de nuevo en abril de 1552 a causa de los desórdenes que se produjeron en la ciudad contra el emperador por obra de Mauricio de Sajonia (Trento ya no parecía un lugar libre y seguro para los padres por estar demasiado cerca de Alemania). Mientras tanto, Julio III entre 1552 y 1554 pensaba publicar y aplicar una parte de los decretos de la reforma, hasta el punto que ya se habían discutido cuestiones relevantes: modalidades de celebración del Concilio, símbolo niceno-constantinopolitano, formación del clero, predicación, justificación, gracia, doctrina de los sacramentos de la Eucaristía, de la Penitencia, de la Extrema Unción y del Matrimonio. La muerte del pontífice (23 de marzo de 1555) impidió la aplicación de este proyecto.


El sucesor de Julio III, Marcello Cervini, que se llamó Marcelo II (9 de abril – 1 de mayo de 1555) vivió demasiado poco para poder ocuparse de la reanudación del Concilio; tampoco Pablo IV (23 de mayo de 1555 – 18 de agosto de 1559) tuvo la ocasión o la voluntad de reanudar el concilio y parece ser que pensaba resolver el problema de la reforma mediante una comisión que se debía reunir en Roma. Firma autógrafa de S. Carlos BorromeoASV, Conc. Trid. 27 e 68, f. 36r


Sólo Pío IV (26 de diciembre de 1559 - 9 de diciembre de 1565) logró convocar de nuevo el concilio en Trento mediante la bula Ad Ecclesiae regimen del 29 de noviembre de 1560 para el que se conocerá como su tercer y último periodo 1561 – 1563. Estaban invitados al Concilio en calidad de legados los cardinales Ercole Gonzaga, Giacomo Puteo (que, sin embargo, a causa de su enfermedad no llegó a cumplir el encargo) y poco más tarde Gerolamo Seripando, Stanislao Hosio, Ludovico Simonetta y finalmente Marco Sittich von Hohenems. En la práctica las sesiones conciliares se reanudaron en diciembre de 1562 y se prolongaron, por motivos varios, hasta el 3 de diciembre de 1563, día en el que se promulgaron los decretos sobre el purgatorio, las indulgencias y el culto a los santos. La aplicación de las decisiones del Concilio comenzó con la confirmación de todos los decretos, sin excepción, realizada por Pío IV mediante la bula Benedictus Deus del 26 de enero de 1564.


Es bien conocido el grado de influencia de los decretos conciliares tridentinos sobre la vida y la estructura de la Iglesia católica hasta el último Concilio Ecuménico Vaticano II.


El fondo Concilio Tridentino del Archivo Secreto Vaticano (ya Armadi LXII, LXIII) está compuesto por 156 unidades (casi todas constituidas por volúmenes), muy estudiadas y en su gran mayoría publicadas en la célebre edición de Görres Gesellschaft (Concilium Tridentinum, Diariorum, Actorum, Epistularum, Tractatuum nova collectio, Freiburg i. Br., Herder, 1901, y posteriores).


Toda la documentación del fondo es importantísima y valiosísima. Entre los «documentos» más singulares cabe destacar un volumen de cartas originales, con firma autógrafa, que S. Carlos Borromeo dirigió a los distintos padres conciliares entre el 9 de febrero y el 30 de noviembre de 1563 (Conc. Trid. 27 y 68); el diario original del secretario del Concilio, Angelo Massarelli (1510-1566), que registró los eventos que se produjeron cada día durante las sesiones (Conc. Trid. 91); los numerosos registros de Acta conciliares; las cartas originales de distintos príncipes para acreditar a sus representantes en el Concilio y muchas cosas más.





Diario del Concilio de Trento de Angelo Massarelli (Trento, febrero de 1545 – septiembre de 1551)ASV, Conc. Trid. 91, ff. 50v-51r
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El Concilio de Jerusaén frente al legalismo

CONCILIO DE JERUSALÉN El llamado concilio de Jerusalén es un encuentro entre los responsables de las dos grandes comunidades de la Iglesia naciente: la de Jerusalén, llena de judíos que observan la ley (613 preceptos), y la de Antioquia, llena de gentiles que viven el Evangelio libre de la ley. El relato del encuentro aparece en el centro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 15). El futuro de la Iglesia está en juego: ¿se acepta el Evangelio libre de la ley? ¿se impone a los gentiles el legalismo judío? ¿está amenazada la unidad de la Iglesia naciente? El problema no es algo pasado, tiene incidencia actual: ¿se da hoy un legalismo cristiano? ¿se acepta la evangelización de los gentiles? ¿se necesita un concilio semejante?


La comunidad de Jerusalén tiene su origen en la misión de Jesús, que empieza en la Galilea de los gentiles (Mt 4,15) y termina en Jerusalén. Cuando evangeliza, Jesús no está solo, comparte su misión. Con él están los doce (Lc 9,1-6), los setenta y dos (10,1), las mujeres que le acompañan (8,1-3). La comunidad de Jesús está abierta a todos aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen (8,21).


Tras la muerte de Jesús, se incorporan sus familiares. Los discípulos, reunidos en oración, esperan el don del espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús y sus hermanos (Hch 1,14). Entre ellos está Santiago el Menor, que dirigirá el grupo más estrechamente vinculado a la ley (Ga 2,12). Tras la muerte de Judas, el grupo de los doce se recompone con la elección de Matías. Las condiciones requeridas son: haber acompañado a Jesús y ser testigo de su resurrección. El número de los reunidos es de unos ciento veinte (Hch 1,15-26).


La primera comunidad cristiana recibe el don del espíritu en medio de fuertes resistencias: De repente vino del cielo un ruido como de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos (Hch 2,2-3). Es el bautismo en espíritu santo y fuego (Lc 3,26). Aparecen las constantes de la evangelización apostólica: la confesión de Jesús como Señor, la conversión, el perdón de parte de Dios, el don del espíritu, la incorporación a la comunidad, la enseñanza de los apóstoles, la comunión, la fracción del pan por las casas, la oración, muchos prodigios y señales, la comunicación de bienes (Hch 2,36-47). Denunciados ante el sanedrín, Pedro y los apóstoles responden con valentía: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres (5,29).


En medio de diferentes tensiones, el sector griego de la comunidad adquiere organización propia con la elección de los siete (6,1-6). Se multiplica el número de discípulos y muchos sacerdotes van aceptando la fe (6,7). La denuncia profética del templo y de la ley, realizada por Esteban (uno de los siete), le supone la muerte (6,8-8,4). El encuentro de Felipe (otro de los siete) con el eunuco etíope manifiesta que la experiencia de fe desborda fronteras culturales y religiosas (8,26-40). La experiencia de Pedro en casa de Cornelio abre las puertas de la Iglesia naciente a los paganos, sin necesidad de hacerse judíos (Hch 10 y 11). El año 44 el rey Herodes hace morir por la espada a Santiago el Mayor, uno de los doce, y llega también a prender a Pedro, pero éste puede escapar (12,1-17). En la comunidad de Jerusalén miles de judíos se han hecho cristianos y todos ellos son celosos partidarios de la ley (21,20) Según Josefo, Santiago el Menor es lapidado el año 62.



La comunidad se dispersa antes de la destrucción de Jerusalén, realizada por Tito en el año 70. La comunidad de Antioquia nace con ocasión de la persecución que se centra en el sector griego de la comunidad de Jerusalén: Los que se habían dispersado cuando la persecución provocada por el caso de Esteban llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquia, sin predicar la Palabra a nadie más que a los judíos. Pero había entre ellos algunos chipriotas y cirenenses que, al llegar a Antioquia, hablaban también a los griegos y les anunciaban la buena noticia del Señor Jesús.



La mano del Señor estaba con ellos y un gran número recibió la fe y se convirtió al Señor. La noticia de esto llegó a oídos de la iglesia de Jerusalén y enviaron a Bernabé a Antioquia. Cuando llegó y vio la gracia de Dios se alegró y exhortaba a todos a permanecer, con corazón firme, unidos al Señor (Hch 11,19-22). Bernabé partió para Tarso en busca de Pablo y le llevó a Antioquia: Estuvieron juntos durante un año entero en la iglesia e instruyeron a muchos (11,25-26).


Pues bien, en la comunidad de Antioquia algunos que bajaron de Judea crearon un problema que debía ser afrontado conjuntamente: Bajaron algunos de Judea que enseñaban a los hermanos: Si no os circuncidáis conforme a la tradición de Moisés, no podéis salvaros. Esto provocó un altercado y una seria discusión con Pablo y Bernabé. Y se decidió que Pablo y Bernabé y algunos más subieran a Jerusalén, donde los apóstoles y ancianos, para tratar esta cuestión (15,1-2). La iniciativa partió de la comunidad de Antioquia. Pablo y Bernabé no fueron convocados por los apóstoles y ancianos de Jerusalén. Los ancianos son responsables del grupo judío.


Para los judíos circuncisión y ley forman un todo inseparable. La circuncisión es el signo de la alianza que el pueblo de Israel recibe de Dios: A los ocho días será circuncidado entre vosotros todo varón (Gn 17,12). La ley muestra el cumplimiento de esa alianza en la vida ordinaria. Para el sector judío de la comunidad de Jerusalén su pertenencia a Israel es un factor esencial en la comprensión de su identidad creyente y la adhesión de los gentiles a la fe en Cristo debía pasar necesariamente por la circuncisión y la observancia de la ley. Sin embargo, no todos los grupos que componen la comunidad de Jerusalén son rigurosamente partidarios de una concepción tan estricta. El propio Pedro, en Cesarea, había bautizado al centurión romano Cornelio y a los que estaban con él (Hch 10,1-11,18) sin obligarlos a pasar por el rito de la circuncisión y por la estricta observancia de la ley.


Cuando se celebra el concilio de Jerusalén, hacia el año 48, la comunidad de Antioquia lleva ya más de diez años de existencia y ha admitido en su seno a muchos gentiles, sin imponerles la aceptación de la ley judía. Es un grupo con identidad propia: En Antioquia fue donde, por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de cristianos (11,26). La comunidad vive el Evangelio libre de la ley judía y es plenamente iglesia de Cristo. Los delegados de la comunidad de Antioquia atraviesan Fenicia y Samaria, contando la conversión de los gentiles y produciendo gran alegría en todos los hermanos: Llegados a Jerusalén fueron recibidos por la Iglesia y por los apóstoles y ancianos, y contaron cuanto Dios había hecho juntamente con ellos (15,4).



Pero en Jerusalén hay pareceres encontrados. Algunos fariseos convertidos son firmes partidarios de la ley judía y de la necesidad de la circuncisión para todos: Se reunieron entonces los apóstoles y ancianos para tratar este asunto (15,6). Después de una larga discusión, Pedro se levantó y les dijo: Hermanos, vosotros sabéis que ya desde los primeros días me eligió Dios entre vosotros para que por mi boca oyesen los gentiles la palabra de la buena nueva y creyeran. Y Dios, conocedor de los corazones, dio testimonio en su favor comunicándoles el espíritu santo como a nosotros y no hizo distinción alguna entre ellos y nosotros, pues purificó sus corazones con la fe. ¿Por qué, pues, ahora tentáis a Dios queriendo poner sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros pudimos sobrellevar? Nosotros creemos que nos salvamos por la gracia del Señor Jesús, del mismo modo que ellos (11,7-11).


La intervención de Pedro es decisiva. El apóstol recuerda su propia experiencia en el caso de Cornelio y saca las consecuencias, justificando el proceder de la comunidad de Antioquia. Bernabé y Pablo proclaman la acción de Dios en medio de los gentiles: Toda la asamblea calló y escucharon a Bernabé y a Pablo contar todas las señales y prodigios que Dios había obrado por medio de ellos entre los gentiles (11,12).


Finalmente interviene Santiago, responsable del grupo que observa la ley judía: Hermanos, escuchadme. Simeón ha referido cómo Dios ya al principio intervino para procurarse entre los gentiles un pueblo para su nombre. Con esto concuerdan los oráculos de los profetas, según está escrito: Después de esto volveré y reconstruiré la tienda de David que está caída, reconstruiré sus ruinas y la volveré a levantar. Para que el resto de los hombres busque al Señor y todas las naciones que han sido consagradas a mi nombre, dice el Señor que hace que estas cosas sean conocidas desde la eternidad. Por esto opino yo que no se debe molestar a los gentiles que se conviertan a Dios, sino escribirles que se abstengan de lo que ha sido contaminado por los ídolos, de la impureza, de los animales estrangulados y de la sangre (15,13-20). La tienda de David (levantada y renovada) es una señal para los gentiles que buscan a Dios. No hay que imponer la ley judía a los gentiles que se conviertan, pero los gentiles han de observar unos mínimos (ver Dt 32,17; Lv 18,6-18 y 17,10-12).


Entonces los apóstoles y ancianos, de acuerdo con toda la comunidad, deciden que dos miembros dirigentes de la comunidad de Jerusalén se desplacen a Antioquia con Pablo y Bernabé, llevando una carta en la que se dice: Habiendo sabido que algunos de entre nosotros, sin mandato nuestro, os han perturbado con sus palabras, trastornando vuestros ánimos, hemos decidido de común acuerdo elegir algunos hombres y enviarlos donde vosotros, juntamente con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que son hombres que han entregado su vida a la causa de nuestro señor Jesucristo. Enviamos, pues, a Judas y a Silas, quienes os expondrán esto mismo de viva voz. Que hemos decidido el espíritu santo y nosotros no imponeros más cargas que estas indispensables: abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la impureza (15,24-2). Los delegados comunican en Antioquia las decisiones tomadas y entregan la carta. Los hermanos se alegraron al recibir aquel aliento (15,31). Pablo y Timoteo difunden por doquier las decisiones tomadas en Jerusalén (16,4).



Más adelante, en Jerusalén, Santiago le recuerda a Pablo esos mínimos (21,25). Para Pablo no suponen nada nuevo (Ga 2,6). Dos de ellos están incluidos en la conversión al Evangelio. La participación en los banquetes paganos consagrados a los ídolos es algo que Pablo denuncia claramente: Si alguien te ve a ti, que tienes conocimiento, sentado a la mesa en un templo de ídolos, ¿no se creerá autorizado por su conciencia, que es débil, a comer de lo sacrificado a los ídolos? Y por tu conocimiento se pierde el débil (1 Co 8, 10-11), no podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios (10, 21). También Pablo denuncia los casos de unión ilegal o impureza; por ejemplo, el caso del incestuoso o los casos de inversión sexual (5,1-6,20; Rm 1,26-27). En cuanto a la prohibición de comer animales estrangulados y sangre es algo que (probablemente) no debía importarle lo más mínimo.


Para la reflexión personal y de grupo: El problema abordado en el concilio de Jerusalén puede parecer algo lejano a nosotros. Sin embargo, considerando que el derecho canónico tiene 1752 cánones - ¿se necesita un concilio semejante en la Iglesia de hoy? - ¿se acepta el evangelio libre de la ley? - ¿se da hoy un legalismo cristiano? - ¿sobran leyes y faltan comunidades vivas? - ¿los gentiles de hoy son evangelizados? - ¿está amenazada la unidad de la Iglesia?

Historia del Concilio de Nicea desde QUMRÁN

EL CONCILIO DE NICEA Después de su victoria contra contra Licinus, el emperador de oriente, en septiembre de 324 d.C.


Constantino dueño absoluto del Imperio Romano, se esforzó en arreglar los litigios entre los diferentes obispos de oriente, como ya hizo en occidente por causa del donatismo convocando los sínodos de Roma en el 311 y el de Arlés en el 314. Así convocó a los diferentes obispos a un sínodo comparable en todo a los comitia (comicios) de las órdenes civiles del Imperio. Este concilio fue convocado primeramente en Ancyra y después, por razones de comodidad el propio emperador, en Nicea, donde en sus inmediaciones más próximas se encontraba la residencia imperial de Nicomedia.

Vemos que el emperador, tras haber logrado la unificación y uniformidad total del imperio bajo su persona, trataba de hacer lo mismo con el cristianismo, a imagen del propio imperio. Este concilio no fue convocado por la iglesia o uno de sus obispos, sino por un emperador sobre el que aún hoy recaen serias dudas entorno a lo genuino de su fe cristiana, puesto que era un adorador del Solis Invictus (Sol Invicto). La pretensión posterior del obispado de Roma de ejercer una primacía jerárquica sobre el resto de la cristiandad tiene mucho que ver con este deseo de uniformidad imperial.

Por deseo del emperador romano Constantino, el concilio se reunió en la ciudad de Nicea, en el Asía Menor y cerca de Constantinopla, en el año 325 el 20 de mayo, la mañana de las fiestas de conmemoración de su victoria sobre su rival Licinio. Es esta asamblea la que la posteridad conoce como el Primer Concilio Ecuménico, es decir, universal.


El número exacto de los obispos que asistieron al concilio nos es desconocido, pero al parecer fueron unos trescientos. Para comprender la importancia de lo que estaba aconteciendo, recordemos que varios de los presentes habían sufrido cárcel, tortura o exilio poco antes, y que algunos llevaban en sus cuerpos las marcas físicas de su fidelidad. Y ahora, pocos años después de aquellos días de pruebas, todos estos obispos eran invitados a reunirse en la ciudad de Nicea, y el emperador cubría todos sus gastos. Muchos de los presentes se conocían de oídas o por correspondencia. Pero ahora, por primera vez en la historia de la iglesia, podían tener una visión física de la universalidad de su fe. En su Vida de Constantino Eusebio de Cesarea nos describe la escena: "Allí se reunieron los más distinguidos ministros de Dios, de Europa, Libia [es decir, Africal y Asia. Una sola casa de oración, como si hubiera sido ampliada por obra de Dios, cobijaba a sirios y cilicios, fenicios y árabes, delegados de la Palestina y del Egipto, tebanos y libios, junto a los que venían de la región de Mesopotamia. Había también un obispo persa, y tampoco faltaba un escita en la asamblea. El Ponto, Galacia, Panfilia, Capadocia, Asia y Frigia enviaron a sus obispos más distinguidos, junto a los que vivían en las zonas más recónditas de Tracia, Macedonia, Acaya y el Epiro. Hasta de la misma Espafía, uno de gran fama [Osio de Córdoba] se sentó como miembro de la gran asamblea. El obispo de la ciudad imperial [ Roma] no pudo asistir debido a su avanzada edad, pero sus presbíteros lo representaron. Constantino es el primer príncipe de todas las edades en haber juntado semejante guirnalda mediante el vínculo de la paz, y habérsela presentado a su Salvador como ofrenda de gratitud por las victorias que había logrado sobre todos sus enemigos"


En este ambiente de euforia, los obispos se dedicaron a discutir las muchas cuestiones legislativas que era necesario resolver una vez terminada la persecución. La asamblea aprobó una serie de reglas para la readmisión de los caídos, acerca del modo en que los presbíteros y obispos debían ser elegidos y ordenados, y sobre el orden de precedencia entre las diversas sedes.


Pero la cuestión más escabrosa que el Concilio de Nicea tenía que discutir era la controversia arriana. En lo referente a este asunto, había en el concilio varias tendencias:


En primer lugar, había un pequeño grupo de arrianos convencidos, capitaneados por Eusebio de Nicomedia -personaje importantísimo en toda esta controversia, que no ha de confundirse con Eusebio de Cesarea. Puesto que Arrio no era obispo, no tenía derecho a participar en las deliberaciones del concilio. En todo caso, Eusebio y los suyos estaban convencidos de que su posición era correcta, y que tan pronto como la asamblea escuchase su punto de vista, expuesto con toda claridad, reivindicaría a Arrio y reprendería a Alejandro por haberle condenado.


En segundo lugar, había un pequeño grupo que estaba convencido de que las doctrinas de Arrio ponían en peligro el centro mismo de la fe cristiana, y que por tanto era necesario condenarlas. El jefe de este grupo era Alejandro de Alejandría. Junto a él estaba un joven diácono que después se haría famoso como uno de los gigantes cristianos del siglo IV, Atanasio. Los obispos que procedían del oeste, es decir, de la región del Imperio donde se hablaba el latín, no se interesaban en la especulación teológica. Para ellos la doctrina de la Trinidad se resumía en la vieja fórmula enunciada por Tertuliano más de un siglo antes: una substancia y tres personas.


Otro pequeño grupo -probablemente no más de tres o cuatro- sostenía posiciones cercanas al "patripasionismo", es decir, la doctrina según la cual el Padre y el Hijo son uno mismo, y por tanto el Padre sufrió en la cruz. Aunque estas personas estuvieron de acuerdo con las decisiones de Nicea, después fueron condenadas. Empero, a fin de no complicar demasiado nuestra narración, no nos ocuparemos más de ellas.


Por último, la mayoría de los obispos presentes no pertenecía ninguno de estos grupos. Para ellos, era una verdadera lástima hecho de que, ahora que por fin la iglesia gozaba de paz frente al Imperio, Arrio y Alejandro se hubieran envuelto en una controversia que amenazaba dividir la iglesia. La esperanza de estos obispos, al comenzar la asamblea, parece haber sido lograr una posición conciliatoria, resolver las diferencias entre Alejandro y Arrio, y olvidar la cuestión. Ejemplo típico de esta actitud es Eusebio de Cesarea. En esto estaban las cosas cuando Eusebio de Nicornedia, el jefe del partido arriano, pidió la palabra para exponer su doctrina. Al parecer, Eusebio estaba tan convencido de la verdad de lo que decía, que se sentía seguro de que tan pronto como los obispos escucharan una exposición clara de sus doctrinas las aceptarían como correctas, y en esto terminaría la cuestión. Pero cuando los obispos oyeron la exposición de las doctrinas arrianas su reacción fue muy distinta de lo que Eusebio esperaba. La doctrina según la cual el Hijo o Verbo no era sino una criatura -por muy exaltada que fuese esa criatura- les pareció atentar contra el corazón mismo de su fe. A los gritos de " ¡blasfemia!", " ¡mentira!" y "¡herejía!", Eusebio tuvo que callar, y se nos cuenta que algunos de los presentes le arrancaron su discurso, lo hicieron pedazos y lo pisotearon.


El resultado de todo esto fue que la actitud de la asamblea cambió. Mientras antes la mayoría quería tratar el caso con la mayor suavidad posible, y quizá evitar condenar a persona alguna, ahora la mayoría estaba convencida de que era necesario condenar las doctrinas expuestas por Eusebio de Nicomedia. Al principio se intentó lograr ese propósito mediante el uso exclusivo de citas bíblicas. Pero pronto resultó claro que los arrianos podían interpretar cualquier cita de un modo que les resultaba favorable -o al menos aceptable. Por esta razón, la asamblea decidió componer un credo que expresara la fe de la iglesia en lo referente a las cuestiones que se debatían. Tras un proceso que no podemos narrar aquí, pero que incluyó entre otras cosas la intervención de Constantino sugiriendo que se incluyera la palabra "consubstancial" -palabra ésta que discutiremos más adelante en este capítulo- se llegó a la siguiente fórmula, que se conoce como el Credo de Nicea:


"Creemos en un Dios Padre Todopoderoso, hacedor de todas las cosas visibles e invisibles. Y en un Señor Jesucristo, el Hijo de Dios; engendrado como el Unigénito del Padre, es decir, de la substancia del Padre, Dios de Dios; luz de luz; Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no hecho; consubstancial al Padre; mediante el cual todas las cosas fueron hechas, tanto las que están en los cielos como las que están en la tierra; quien para nosotros los humanos y para nuestra salvación descendió y se hizo carne, se hizo humano, y sufrió, y resucitó al tercer día, y vendrá a juzgar a los vivos y los muertos. Y en el Espíritu Santo.


A quienes digan, pues, que hubo cuando el Hijo de Dios no existía, y que antes de ser engendrado no existía, y que fue hecho de las cosas que no son, o que fue formado de otra substancia o esencia, o que es una criatura, o que es mutable o variable, a éstos anatematiza la iglesia católica."


Esta fórmula, a la que después se le añadieron varias cláusulas -y se le restaron los anatemas del último párrafo- es la base de lo que hoy se llama "Credo Niceno", que es el credo cristiano más universalmente aceptado. El llamado "Credo de los Apóstoles", por haberse originado en Roma y nunca haber sido conocido en el Oriente, es utilizado sólo por las iglesias de origen occidental -es decir, la romana y las protestantes. Pero el Credo Niceno, al mismo tiempo que es usado por la mayoría de las iglesias occidentales, es el credo más común entre las iglesias ortodoxas orientales -griega, rusa, etc.


Detengámonos por unos instantes a analizar el sentido del Credo, según fue aprobado por los obispos reunidos en Nicea. Al hacer este análisis, resulta claro que el propósito de esta fórmula es excluir toda doctrina que pretenda que el Verbo es en algún sentido una criatura. Esto puede verse en primer lugar en frases tales como "Dios de Dios; luz de luz; Dios verdadero de Dios verdadero". Pero puede verse también en otros lugares, como cuando el Credo dice "engendrado, no hecho".


Nótese que al principio el mismo Credo había dicho que el Padre era "hacedor de todas las cosas visibles e invisibles". Por tanto, al decir que el Hijo no es "hecho", se le está excluyendo de esas cosas "visibles e invisibles" que el Padre hizo. Además, en el último párrafo se condena a quienes digan que el Hijo "fue hecho de las cosas que no son", es decir, que fue hecho de la nada, como la creación. Y en el texto del Credo, para no dejar lugar a dudas, se nos dice que el Hijo es engendrado "de la substancia del Padre", y que es "consubstancial al Padre". Esta última frase, "consubstancial al Padre", fue la que más resistencia provocó contra el Credo de Nicea, pues parecía dar a entender que el Padre y el Hijo son una misma cosa, aunque su sentido aquí no es ése, sino sólo asegurar que el Hijo no es hecho de la nada, como las criaturas.


En todo caso, los obispos se consideraron satisfechos con este credo, y procedieron a firmarlo, dando así a entender que era una expresión genuina de su fe. Sólo unos pocos -entre ellos Eusebio de Nicomedia- se negaron a firmarlo. Estos fueron condenados por la asamblea, y depuestos. Pero a esta sentencia Constantino añadió la suya, ordenando que los obispos depuestos abandonaran sus ciudades. Esta sentencia de exilio añadida a la de herejía tuvo funestas consecuencias, como ya hemos dicho, pues estableció el precedente según el cual el estado intervendría para asegurar la ortodoxia de la iglesia o de sus miembros.


La controversia arriana después del concilio


El Concilio de Nicea no puso fin a la discusión. Eusebio de Nicomedia era un político hábil -y además parece haber sido pariente lejano de Constantino. Su estrategia fue ganarse de nuevo la simpatía del emperador, quien pronto le permitió regresar a Nicomedia. Puesto que en esa ciudad se encontraba la residencia veraniega de Constantino, esto le proporcionó a Eusebio el modo de acercarse cada vez más al emperador. A la postre, hasta el propio Arrio fue traído del destierro, y Constantino le ordenó al obispo de Constantinopla que admitiera al hereje a la comunión.


El obispo debatía si obedecer al emperador o a su conciencia cuando Arrio murió. En el año 328 Alejandro de Alejandría murió, y le sucedió Atanasio, el diácono que le había acompañado en Nicea, y que desde ese momento sería el gran campeón de la causa nicena. A partir de entonces, dicha causa quedó tan identificada con la persona del nuevo obispo de Alejandría, que casi podría decirse que la historia subsiguiente de la controversia arriana es la biografía de Atanasio. Baste decir que, tras una serie de manejos, Eusebio de Nicomedia y sus seguidores lograron que Constantino enviara a Atanasio al exilio. Antes habían logrado que el emperador pronunciara sentencias semejantes contra varios otros de los jefes del partido niceno. Cuando Constantino decidió por fin recibir el bautismo, en su lecho de muerte, lo recibió de manos de Eusebio de Nicomedia.


A la muerte de Constantino, tras un breve interregno, le sucedieron sus tres hijos Constantino II, Constante y Constancio. A Constantino II le tocó la región de las Galias, Gran Bretaña, España y Marruecos. A Constancio le tocó la mayor parte del Oriente. Y los territorios de Constante quedaron en medio de los de sus dos hermanos, pues le correspondió el norte de Africa, Italia, y algunos territorios al norte de Italia. Al principio la nueva situación favoreció a los nicenos, pues el mayor de los tres hijos de Constantino favorecía su causa, e hizo regresar del exilio a Atanasio y los demás. Pero cuando estalló la guerra entre Constantino II y Constante, Constancio, que como hemos dicho reinaba en el Oriente, se sintió libre para establecer su política en pro de los arrianos.


Una vez más Atanasio se vio obligado a partir al exilio, del cual volvió cuando, a la muerte de Constantino II, todo el Occidente quedó unificado bajo Constante, y Constancio tuvo que moderar sus inclinaciones arrianas. Pero a la larga Constancio quedó como dueño único del Imperio, y fue entonces que, como diría Jerónimo "el mundo despertó como de un profundo sueño y se encontró con que se había vuelto arriano". De nuevo los jefes nicenos tuvieron que abandonar sus diócesis, y la presión imperial fue tal que a la postre los ancianos Osio de Córdoba y Liberio -el obispo de Roma- firmaron una confesión de fe arriana.


Consecuencias del concilio


Pero, ¿Cuales fueron las consecuencias de que el Imperio Romano se aliase con el cristianismo?, ¿Cómo es posible que aquellos héroes de la fe que aún poseían en su cuerpo las marcas del martirio obedeciesen al poder temporal congregándose en un concilio convocado por un emperador pagano, o por condescender, cristianizado a medias? Constantino colmó de privilegios a los cristianos y elevó a muchos obispos a puestos importantes, confiándoles, en ocasiones, tareas más propias de funcionarios civiles que de pastores de la Iglesia de Cristo.



A cambio, él no cesó de entrometerse en las cuestiones de la Iglesia, diciendo de sí mismo que era «el obispo de los de afuera» de la Iglesia. Las nefastas consecuencias de este conturbenio no fueron previstas entonces. Debido, sin duda, al agradecimiento que querían expresar al emperador que acabó con las persecuciones, los cristianos permitieron que éste se inmiscuyera en demasía en el terreno puramente eclesiástico y espiritual de la Cristiandad. Las influencias fueron recíprocas: comenzaron a aparecer prelados mundanos que en el ejercicio del favor estatal que disfrutaban no estaban, sin embargo, inmunizados a las tentaciones corruptoras del poder y daban así un espectáculo poco edificante. Esta corriente tendría su culminación en la



Edad Media y el Renacimiento.



Como reacción a esta secularización de los principales oficiales de la Iglesia, surgieron el ascetismo y el monasticismo que trataban de ser una vuelta a la pureza de vida primitiva, pero que no siempre escogieron los mejores medios para ello. La mentalidad romana fue penetrando cada vez más el carácter de la cristiandad se exigió la mas completa uniformidad en las cuestiones más secundarias, como la fijación de la fecha de la Pascua y otras trivialidades parecidas que ya habían agitado vanamente los espíritus a finales del siglo III. Estas tendencias a la uniformidad fueron consideradas por los emperadores como un medio sumamente útil del que servirse para lograr la más completa unificación del Imperio. Contrariamente a lo que generalmente se dice, el Edicto de Milán no estableció el Cristianismo como religión del imperio. Esto vendría después, en el año 380 bajo Teodosio.



El cristianismo no se convirtió en la religión oficial en tiempos de Constantino, pero devino la religión popular, la religión de moda, pues era la que profesaba el emperador. Tal popularidad, divorciada en muchos casos de motivos espirituales fue nefasta: «La masa del Imperio romano -escribe Schaff- fue bautizada solamente con agua, no con el Espíritu y el fuego del Evangelio, y trajo así las costumbres y las prácticas paganas al santuario cristiano bajo nombres diferentes»: «Sabemos por Eusebio -nos explica Newman (un cardenal Católico Romano)-, que Constantino, para atraer a los paganos a la nueva religión, traspuso a ésta los ornamentos externos a los cuales estaban acostumbrados. . . El uso de templos dedicados a santos particulares, ornamentados en ocasiones con ramas de árboles; incienso, lámparas y velas; ofrendas votivas para recobrar la salud; agua bendita; fiestas y estaciones, procesiones, bendiciones a los campos; vestidos sacerdotales, la tonsura, el anillo de bodas, las imágenes en fecha más tardía, quizá el canto eclesiástico, el Kyrie Eleison, todo esto tiene un origen pagano y fue santificado mediante su adaptación en la Iglesia» J. H. Newman. An Essay on the Development of Christian Doctrine, pp. 359, 360.


Esta situación preparó el camino a la promulgación del Cristianismo como religión oficial del Imperio romano. De manera que, los primeros edictos de Constantino y Licinio, proclamando la libertad de todos los cultos, no significaron el fin de la intolerancia religiosa sino que se convirtieron en las simples etapas iniciales de otra intolerancia que estaba en puertas. La plena libertad de conciencia que legalizaron los decretos de 313 y 314 era algo demasiado anticipado a los tiempos y pronto fue echada en olvido. Sirvió tan sólo para que, de alguna manera, Constantino lograra la introducción de la nueva fe en la legalidad del Imperio.


F. F. Bruce, pregunta con razón:



«¿Qué tiene que ver todo esto con la misión del Siervo del Señor que Jesús pasó a sus seguidores? ¿Cómo podría el cristianismo llevar a cabo la tarea que le había sido encomendada y traer la verdadera luz a las naciones si afeaba de tal manera el mensaje que debía proclamar? Afortunadamente, como veremos, hay otro aspecto del cuadro; y es en éste otro lado que el progreso del Cristianismo auténtico se pone de manifiesto. Pero, con todo, hemos de reconocer que este progreso se ha visto seriamente retarda. do hasta nuestros días por la presencia de piedras de tropiezo -escándalos, para usar la palabra de origen griego-, colocadas por vez primera en el siglo IV y algunas de las cuales todavía hoy no hemos acertado a quitar».


Mas, como hemos dicho, la influencia fue recíproca. Además, cuatro siglos de predicación del Evangelio, pese a todas las imperfecciones de los cristianos, habían dejado una huella cuyas Influencias se notaban cada vez más en la vida social. La doctrina del hombre creado a imagen de Dios impuso restricciones a la costumbre de marcar a los esclavos en la cara y aún inició la serie de medidas que, finalmente, darían fin a la esclavitud misma. Comenzaron las medidas tendentes a la protección de los niños abandonados por sus padres ya la salvaguardia de la santidad del matrimonio. Pese a la infiltración del espíritu y las maneras paganas en la Iglesia, y pese a la propia decadencia espiritual de ésta, el poder del Evangelio hizo su impacto en el Imperio y aún más allá de sus fronteras. Pero, es en estas épocas cuando resulta más difícil el trazar la línea que distingue lo que es meramente institución eclesiástica y la que es la verdadera Ecclesia. La libertad ganada con la sangre de los mártires y el sufrimiento de los confesores, se buscó a partir de entonces en las adulaciones y los conturbenios con el gobierno imperial. Sin darse cuenta, las Iglesias se debilitaron pues perdieron un elemento básico de la vida espiritual: la libertad moral. En aquel tiempo, no obstante, creyeron que por el contrario, hallaban su más grande emancipación. Los concilios que tuvieron lugar inmediatamente después de la paz de Constantino, se resintieron de la intervención estatal que habría de coartar la plena libertad espiritual de los sínodos y la vida de la Cristiandad.


Para Constantino, el cristianismo vendría a ser la culminación del proceso unificador que había estado obrando en el Imperio desde hacía siglos. Había logrado que sólo hubiera un emperador, una ley y una ciudadanía para todos los hombres libres. Sólo faltaba una religión única para todo el Imperio. Para ello era preciso que hubiera igualmente una sola Cristiandad, uniformada al máximo posible. De esta manera, las discusiones doctrinales o disciplinarias de la Iglesia se convirtieron en problema de Estado.


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