Definitivamente el ser humano puede aceptar o rechazar la salvación que Dios le ofrece.
Hay preguntas que están de moda hoy en día, difundidas principalmente por sectas y grupos religiosos fundamentalistas, tales como:
¿Está escrito mi destino? ¿Tiene razón de ser esforzarse en la práctica de la vida cristiana? ¿Estaré predestinado a condenarme o a salvarme? ¿Importa lo que yo haga o deje de hacer en la vida?
Estas preguntas no son nuevas ya que podemos encontrarlas en la historia del cristianismo desde el siglo XVI, cuando surgió el cisma con Lutero y Calvino, lo cual dio origen al protestantismo. Desde entonces las sectas nacidas de esta separación han propagado doctrinas con bases poco sólidas en la fe.
La Iglesia Católica, fiel al mensaje de Cristo, no niega la doctrina de la predestinación, sino que nos la recuerda constantemente. Esta predestinación, apoyada en numerosos textos bíblicos, consiste en que Dios nos ha designado para ser felices a su lado. Nos ha creado para salvarnos para la vida eterna y para el amor sin fin. De cada uno de nosotros depende poder acceder a esa gracia divina.
Uno de los atributos de Dios es la bondad, por lo cual Él no puede ser cruel y arbitrario y crear a los hombres para la condenación o la salvación, según su capricho. Cristo nos enseñó que Dios es nuestro Padre y que quiere que todos los hombres se salven.
Junto a este misterio de la misericordia divina encontramos el misterio de la libertad humana. Dios crea al hombre con inteligencia y voluntad y, además, como un ser libre. El hombre, por su propia libertad, decide aceptar o rechazar voluntariamente la salvación que Dios le ofrece.
Tal como dice el Catecismo Católico en su numeral 1036, las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia son un llamado a la responsabilidad con la que el hombre debe hacer uso de su libertad en relación con su destino eterno.
Dios no predestina a nadie al infierno. Para que esto suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios, y la persistencia en el pecado hasta el fin de sus días. Por todo esto, ¿dejaremos que las creencias anti-bíblicas dirijan nuestro destino, o tomaremos las riendas de nuestra propia vida encaminándola a la predestinación de ser felices en el cielo, por los siglos de los siglos? La decisión es únicamente de cada uno de nosotros.
“Y tú, Daniel, guarda estas palabras y sella el libro hasta el momento final. Muchos lo consultarán y aumentarán su saber”
(Daniel 12:4)
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