Muchos Obispos llegaron a Nicea durante el verano, pero la apertura de la asamblea se pospuso debido a la dificultad del emperador para estar presente. Finalmente, a disgusto de los Obispos, en quienes crecía el disgusto por la demora, Marciano solicitó su presencia en Calcedonia, vecina de Constantinopla. Lo que así se hizo, dando comienzo el Concilio el 8 de Octubre. Con toda probabilidad, se hizo un informe oficial de las reuniones durante el Concilio mismo o un poco después. Los Obispos reunidos informaron al Papa que una copia de todas las Actas se le haría llegar en Marzo del 453. El Papa León I, ordenó hacer, a Julián de Cos, que estaba en Constantinopla, una colección de todas las Actas y traducirlas al latín. Existen aún versiones muy antiguas de ellas en griego y latín. La mayoría de los documentos, especialmente las minutas de las sesiones, se escribieron en griego; otras, por ejemplo las misivas imperiales, fueron publicadas en ambas lenguas; otras, por ejemplo, las cartas papales, fueron escritas en latín. Eventualmente, casi todas ellas fueron traducidas a ambos idiomas.
La versión latina, conocida como "versión antigua", fue probablemente hecha hacia el 500, tal vez por Dionisio el Exiguo. Hacia mediados del siglo sexto, el diácono romano Rústico cuando estaba en Constantinopla con el Papa Vigilio (537 - 555), hizo numerosas correcciones, ya en Constantinopla o Calcedonia, a la "versión antigua", luego de compararla con la versión griega de las Actas, principalmente aquellas del monasterio "Acometae". Hay numerosas discrepancias en los diversos textos de las Actas, respecto al número de sesiones desarrolladas en el Concilio de Calcedonia, lo mismo en los historiadores de él, ya sea porque los manuscritos estén incompletos o porque dichas personas callaron acerca de las sesiones que trataron temas secundarios.
De acuerdo al diácono Rústico, fueron dieciséis sesiones; esta división es comúnmente adoptada por los estudiosos, incluyendo el Obispo Hefele, el erudito historiador de los concilios. Si todas las reuniones independientes se contaran, habría cerca de veintiuna; varias de esas reuniones, sin embargo, se consideran suplementarias a las sesiones previas. Todas se llevaron a cabo en la iglesia de Santa Eufemia Mártir, fuera de la ciudad, en dirección opuesta a Constantinopla.
No se conoce el número exacto de los Obispos presentes. En una carta a León I, el sínodo mismo habla de 520, aunque el Papa habla de 600, aunque una estimación habla de 630, incluyendo los representantes de los Obispos ausentes. Ningún Concilio previo podía ufanarse de tan gran número de Obispos reunidos, ya que apenas si igualaban y rara vez sobrepasaban ese número. El Concilio sin embargo, no fue representativo de los países de donde llegaron muchos Obispos. Aparte de los delegados papales, y de dos Obispos de África, prácticamente todos los Obispos pertenecían a la Iglesia Oriental. Ésta, sin embargo, estuvo bien representada; las dos grandes enviaron sus contingentes las prefecturas o divisiones civiles, de Oriente y de Iliria, comprendiendo Egipto, el Oriente (incluyendo Palestina). Los más prominentes entre los Obispos de Oriente fueron Anatolio de Constantinopla, Máximo de Antioquía, Dioscoros de Alejandría, Juvenal de Jerusalem, Talasio de Cesarea en Capadocia, Esteban de Éfeso, Quintilo de Heraclea, y Pedro de Corinto. El honor de presidir esta Venerable asamblea recayó sobre Pascasio, Obispo de Lilybeum, el primero de los delegados papales, de acuerdo con la intención de León I, manifestada en su carta al emperador Marciano (Junio 24 del 451).
Un poco después del Concilio, escribiendo a los Obispos de la Galia, menciona que sus legados presidieron en su lugar en el sínodo de Oriente. Adicionalmente, proclamó la apertura del Concilio en el nombre y en lugar del Papa León I. Los miembros del sínodo reconocieron esta prerrogativa de los delegados papales, cuando escribiendo al Papa, declaraban que él los presidía a través de sus representantes. En interés del orden y para mantener un procedimiento regular, el emperador Marciano señaló a unas personas de alto rango, como comisionados, a quienes se les otorgó lugares de honor en el Concilio. Su jurisdicción, sin embargo, no cubría las materias eclesiásticas o religiosas que estaban en discusión.
Los comisionados sólo establecían el orden de los temas en las sesiones; abrían las discusiones, ponían en consideración de la asamblea las materias que debían discutirse, solicitaban los votos de los Obispos sobre varios aspectos, y cerraban las sesiones. Además de éstos, estuvieron presente varios miembros del Senado, quienes compartieron el lugar de honor con los comisionados imperiales.
PIO XII